sábado, 16 de abril de 2016

La hora del cuento: El árbol de los recuerdos

    CAPÍTULO 1. LOS PORQUÉS

    Cuando salí de casa el viernes pasado rumbo a la facultad, mi hijo de dos añitos me miró confundido y me espetó:
-Mámá, ¿por qué te llevas a tu cole todos los cuentos?
-Porque tengo que leer uno en clase y aún no he decidido cuál.
-Son todos súper bonitos. 
-Lo sé, por eso me resulta tan difícil... Cada uno esconde algo especial. 
-Yo también me escondo especial, mamá. ¡Mira!
[Sonrisa y mutis tras la cortina del salón].

    Anécdotas aparte, he de reconocer que me costó decidirme cosa mala. Si bien es cierto que cuando cae la tarde en mi hogar dulce hogar, en esa hora mágica entre la espuma y el sueño, contando cuentos no tengo rival (más que nada porque nadie más se ha presentado al casting), muy diferente es enfrentarte a un público que supera el metro de estatura y en un ambiente tan hostil para la lectura como es un aula universitaria, con esos fluorescentes de sala de despiece y esas sillas verde enfermedad que hubiesen sido tan del gusto de Torquemada. En fin, que la estrategia estaba clara: iba a leer un cuento, pero, ¿cuál? 

    Se me había metido entre ceja y ceja un título de la editorial Ekaré, ¿Cuánta tierra necesita un hombre?, pero pronto tuve que desistir. No tenía ni el tiempo ni el talento necesarios como para acometer la tarea de acomodar una adaptación de un cuento de Tolstoi a un público tan menudo y selecto como el que me había fijado idealmente para esta actividad (5-6 años). Así pues, me bajé un ratito a ver qué tiempo hacía por la realidad y pensé qué libro podía reunir los siguientes requisitos: en primer lugar, quería que tratase algún tema tabú, como la muerte o la sexualidad; en segundo lugar, deseaba no solo atrapar a los oyentes, sino emocionarlos, producir en ellos ese efecto pellizco interno que tan difícilmente se olvida; en tercer lugar, pero relacionado con el punto anterior, necesitaba autoafirmarme en mi teoría de que no hacen falta los dichosos botes de colorines para que los niños se familiaricen con lo que sienten o padecen (¡ya está bien de libros de autoayuda para niños!); por último, el texto debía tener la poeticidad suficiente como para que las imágenes no fuesen en absoluto necesarias y las palabras se valiesen por sí mismas para dibujarle alas a la imaginación. El círculo se cerraba... El árbol de los recuerdos parecía una buena opción. Eso sí, la mochila, como os contaba al principio, viajó a Aravaca repleta de "por si acasos".

    Y ahora que ya os he contado qué me llevó a decantarme por el delicioso libro de Britta Teckentrup, le dedicaré unas cuantas líneas a explicar el motivo por el cual la estrategia de lectura sin apoyo visual le ganó la batalla a las otras dos. Personalmente, me encanta que me lean (lo que no ocurre nunca o casi nunca desde hace años, hablando de todo un poco). Cultivé ese pequeño placer ya de niña gracias a unos vinilos heredados de mis hermanos. Mientras daban vueltas y vueltas, una voz afectada contaba traumáticas historias de cerilleras muertas (literal) de frío en un español neutro que hoy en día me mueve más a la risa que al dramón. Fueron esas solitarias escuchas de cuando aún no sabía descifrar los rectángulos con letras el principio de una gran amistad con la imprenta y sus derivados. Las palabras entraban en mis orejas y la fantasía hacía el resto del trabajo. Y me concentraba, vaya si me concentraba, tanto que podría haber sido atacada por una tribu india enterita sin darme ni cuenta. Al menos eso me decía entre risas mi madre. Lástima no poder preguntarle ahora, pero desde hace años ella vive también en un robusto árbol de los recuerdos.

    En fin, prosigo. La lectura en voz alta, además, socializa, sobre todo si el que lee no lo hace encerrado en un altavoz y tiene cuerpo y cabeza y manos... Cuando leemos a los niños, no solo les estamos ofreciendo una experiencia puramente intelectual o estética, sino que, al mismo tiempo, les estamos haciendo conocedores de un surtido de herramientas muy necesarias para la vida en sociedad: con nuestros ademanes y gestos, modulando la voz o el tono, por poner sencillos ejemplos de destrezas necesarias para leer a otros, les transferimos una información ancestral sobre cómo se expresan las emociones, los afectos, los temores, etc., en la sociedad en la que están insertos.

   Asimismo, parece que también estamos cuidando de su salud. Según leía hace unos días en un artículo publicado en El Mundo allá por 2014, la AAP (American Academy of Pedriatrics) lleva ya dos años haciendo campaña para animar a los pediatras a recordar a las familias la importancia de leer en voz alta a sus hijos desde el primer día de vida. La lectura, de ese modo, tendría un papel tan destacado en las consultas pediátricas como los consejos de alimentación o el calendario de vacunas.


    CAPÍTULO 2. ¡AL LÍO!

     Mis compañeras en esta actividad fueron Ana De Juan y Mariela Fernández, que eligieron, respectivamente, Por cuatro esquinitas de nada y Los tres bandidos.

    Sabía de la existencia del primer libro porque es un habitual de foros, blogs y páginas sobre literatura infantil, sin embargo, no lo había leído (ni siquiera hojeado), así que me apetecía muchísimo ver qué nos había preparado Ana, que, un poquillo nerviosa, nos comentó antes de comenzar que nos iba a contar el cuento tal y como lo hace delante de los chiquituelos de su clase (iba a escribir alumnos, pero es una palabra muy grande y plomiza para unos niños tan pequeños). Sus voz y sus gestos aportaron calidez, emoción y simpatía a un libro que, a pesar de su minimalismo estético, aborda el tema de la diversidad con una insólita pericia. Así que, sí, Ana lo hizo fenomenal. Lo que ella no sabe es que, además de regalarme el cuento a mí, también se lo legó a mis hijos, que lo escucharon felices cuando llegué a casa y hasta pidieron unos cuantos bises. El poder y la magia de la oralidad, ni siquiera nos hizo falta el cuento. 



    Aunque luego me tocó el turno a mí, le cederé el segundo puesto a nuestra otra compañera de actividad para no ser maleducada. Mariela nos leyó un cuento que conozco muy requetebién y que me pirra, Los tres bandidos. Como tiene una voz clara, potente y luminosa, también lo hizo sensacional. A pesar del dichoso pánico escénico, no se trabó en ningún momento y leyó la historia de la pequeña Úrsula y sus amigos del trabuco a un ritmo óptimo, ni de forma atropellada ni en modo tortuga. Ana y yo estuvimos muy atentas y, como guinda a su actuación, repetimos un sentido y discreto aplauso (para no molestar demasiado al resto de “cuentones” -como dice uno que yo me sé- y lectores).



Por último, comentaré mi propia jugada (aunque no sin cierto pudor). He de decir que, aunque el público quedó satisfecho, o al menos eso me dijeron, yo me sentí bastante insegura y torpe hasta más o menos la mitad del cuento. Sin embargo, no sé muy bien por qué, de pronto algo hizo ‘clic’ y empecé a disfrutar oyéndome, lo que sin lugar a dudas me dio fuerzas para esmerarme aún más. A partir de ese momento, soplé cada palabra con mimo, en lugar dejarlas caer. Al tratarse de un cuento muy emotivo, opté por leerlo con toda la suavidad y dulzura de la que soy capaz, adoptando un tono sosegado y apacible, pero sin impostura alguna, sintiéndolo. Eso sí, antes de la puesta en escena, medité muy mucho cuáles serían los momentos en los que realizaría determinadas pausas dramáticas y decidí en qué palabras pondría el acento al leer la hermosa y delicada historia de la despedida de zorro. Pretendía conseguir un efecto de sobrecogimiento y ternura en mis compañeras, y me da a mí en la nariz que un poquito sí que lo conseguí.

    

    CAPÍTULO 3. CONCLUSIONES DE LAS MÍAS...

    Tan solo un “pero” le pondría yo a nuestras tres propuestas. Les faltaba una banda sonora (Satie podría estar bien) y la sombra de un gran árbol cobijando nuestras historias. Y ya de paso una mantita de picnic sobre la que recostarse o tumbarse… ¡y un pelín de brisa! Ya, ya, no me he vuelto tarumba, no olvido que estábamos en un(a) (j)aula, pero… ¿quién dice que todos esos complementos a juego no se pueden recrear con una buena dosis de imaginación y ganas? 

    En fin, que lo hicimos divinamente las tres y, además, pasamos un ratejo estupendo, que, a fin de cuentas, es lo único que importa en un(a) (j)aula o fuera de ella.