viernes, 3 de junio de 2016

Pues nada, llegó la hora de ponerle la guinda al pastel y yo con estos pelos. En fin, haré lo que pueda, pero no prometo nada decente, porque funciono peor que mal teniendo como banda sonora el irritante soniquete del reloj. Y, para colmo de males, las tracas finales no son mi fuerte. Eso de explotar así con posteridad y alevosía… No sé, no lo veo. “A ver, venga, respira, ponte en los cascos a Gould para concentrarte un poco e imagina que las ideas no están dando volteretas en tu cabeza medio desquiciadas y que lo tienes todo bajo control, como las personas de bien”. Nada, que no hay manera, no sé qué escribir. Desde el ordenador las teclas me sacan la lengua con descaro y persiste esa inoportuna sensación de haberme vaciado ya del todo en esta asignatura. “Y hasta aquí puedo leer”, que diría Mayra.

Four days later...

Como me siento incapaz de realizar la actividad con las pautas dadas, voy a tomarme la libertad de redactarla a mi manera. De lo contrario, o bien entregaré un texto escombro bajo seudónimo o bien una metáfora del vertido total de mi persona en los anteriores trabajos, y el archivo tan solo contendrá la palabra “gracias”. Como ejercicio de estilo no estaría mal (sería bonito, además), pero vaya, que no soy yo Queneau precisamente.

Así, en lugar de entregarme al flashback a partir de los bloques de la asignatura, lo haré desde las lecturas o las experiencias que cada uno de ellos ha tenido a bien regalarme durante estos meses. Dicen que de una boda sale otra. Ni idea, a mi alrededor no se casa nadie desde tiempos inmemoriales. Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que una lectura conduce a otra y a otra y a otra, y que la literatura te arrastra al cine, al teatro, de cañas, a relacionar y comparar las cosas más insólitas, a crear, a soñar…  

BLOQUE 1

Siempre he sentido fascinación por los libros. Si echo la vista atrás y pienso en los insignificantes hitos de mi existencia, todos ellos van de la mano de un autor o una lectura concreta. A la gente le suele pasar con la música, lo tengo ya muy hablado; sin embargo, a mí me ocurre con la Literatura. Cuando X me plantó el primer beso detrás de un transformador de la luz, andaba yo leyendo El espejo en el espejo, de Michael Ende; durante el embarazo de mi hijo mayor, cayó buena parte de la obra de Bolaño (¡bárbaro Bolaño!), y así podría seguir escribiendo mis anodinas memorias un buen rato (tampoco mucho), pero no va a ser el caso, que no cunda el pánico. En definitiva, lo que pretendo decir es que la asignatura ya se me presentaba atractiva y endorfinadora sobre plano, mucho antes de cotillear los apuntes. Aunque, para ser del todo sincera, no esperaba demasiado de ella, si acaso un repaso amable por conocimientos que ya andurreban por ahí escondidos en algún lugar de la memoria y que, de vez en cuando, me hacen quedar bien en alguna conversación o juego de mesa (el quesito amarillo es mío, eso es así). Sin embargo, nada que ver con la realidad: he aprendido mucho, muchísimo; es más, me lo he pasado en grande. Sé que esta expresión es coloquial en exceso y más bien cutre, pero también sincera, muy sincera, así que ahí se queda.

Para elaborar la actividad de este bloque estuve varios días rebuscando en los cajones del recuerdo qué libros me habían marcado de pequeña, cuáles de esas primeras lecturas habían encendido la mecha que aún hoy me acompaña crepitante y animada, y algo todavía más importante, cuáles de ellos habían aguantado con dignidad el paso del tiempo. Fue así como llegué a Sendak, que soportó deferente y estoico mi torpe disección sin decir ni mu. Más majo… Esos días, en plena búsqueda, no pude evitar releer también Las brujas, de Roald Dahl, e Historias de Jorge, un libro poco conocido pero que yo no me canso de recomendar a diestro y siniestro por su frescura y sentido del humor, y descubrí en la biblioteca títulos que me fascinaron (ideales para niños despiertos y tirando a granujas): El peor niño del mundo, de Andrea Rauch, y All my friends are dead, escrito por Avery Monsen y Jory John (¡un joyón!).

BLOQUE 2


La actividad de este bloque me robó tantísimo tiempo (si sumase el número de horas empleadas me darían para haberme tejido dos jerséis sin problemas) que apenas pude echarle un ojo a dos libros: releí algunos capítulos de Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, y me zampé El poder de los cuentos, de George Jean y la Historia portátil de la literatura, de Ana Garralón. Del primero de ellos extraje una cita de Schiller: “El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado”, porque funciona a la perfección como resumen de la esencia del discurso de Bettelheim, y el chispazo para trabajar de forma voluntaria sobre una de mis pasiones, Caperucita Roja. Al segundo de los títulos le debo agradecer haberme empujado a reflexionar sobre lo maravilloso y sobre la relevancia de las literaturas orales. El tercero os lo recomiendo si queréis hacer un tranquilo y breve viaje por la Literatura infantil. Hacia el final, tiene dos capítulos interesantísimos sobre los rompedores libros para niños de los años 60 y 70, del que he rescatado varios autores títulos que desconocía y que pescaré, si la suerte me acompaña, en Iberlibro.

La adaptación de Toda clase de pieles tuvo miga. Recuerdo que cuando Irune terminó de contarnos el cuento pensé: “qué mala leche se gasta y qué astuta”. Se trataba de un reto en toda regla, e intuyo que muy meditado por su parte. Solo le faltó soltarnos aquello de “la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar”. Pero bueno, también es cierto que podría haber sido más perversa y encargarnos una adaptación de Del enebro, de los Grimm, y ya nos habríamos tenido que defenestrar directamente…

BLOQUE 3

Para mi sorpresa, es de este bloque, que podría verse a priori como “la María” temática de la asignatura, del que más he aprendido. Desde una perspectiva puramente educativa, poco importa lo mucho que uno sepa acerca de una materia o la pasión que sienta hacia ella. Si no es capaz de trasmitir esos conocimientos y emociones de forma efectiva a sus alumnos, su labor se devalúa como un coche recién estrenado. No basta con haberse leído la biblioteca de Alejandría de la A a la Z o conocer más historias que Sherezade, hay que saber contarlas a la altura debida, mirando a los ojos, contagiando la turbación y el remolino emocional que todo relato bien narrado conlleva.

Los niños son un público bajito, pero no mentecatos. Este adjetivo quizá nos vaya más a los adultos, que nos empeñamos en no prestarles la atención adecuada y en suponer y pensar por ellos, como si fuesen seres humanos desprovistos de gusto, filias y fobias, inclinaciones o intereses. La elección de lo que les ofrecemos debe de ser meditada y, en la medida de lo posible, personalizada. Que sí, que las edades están muy bien para colocar a los pequeños en cajones que nos hagan la vida más cómoda y simplona a los grandes; que sí, que convengo en que esos percentiles literarios son de gran ayuda en momentos puntuales si queremos establecer límites a grandes rasgos, pero es que la homogeneización me pone los pelos como escarpias. A nadie se le ocurriría recomendar una novela a la vecina porque tiene la misma edad que su prima, ¿no? Pues eso, que la cuestión no es tan simplona. Si queremos ayudar a los niños a identificar y gestionar sus emociones, a desarrollar la empatía, a fomentar su creatividad y sensibilidad artística, si queremos encogerles el corazón o que se revuelquen de risa por el suelo, es absolutamente necesario que les veamos como sujetos con derecho a recibir lo mejor de nosotros, los adultos. El futuro es nuestra (en otro contexto habría soltado un taco no comestible) responsabilidad, y cualquier gesto o acción, desde animarles con una palmada en un hombro hasta contarles un cuento, tiene importancia para la construcción de un mañana más sensible y digno. Vaya, que hay que esforzarse, que los niños son sinceros por naturaleza y tangarles con historias de medio pelo envueltas en desgana me parece poco ético, nada pragmático y de un mal gusto espantoso.

BLOQUE 4  O LA EXPLOSIÓN DE JÚBILO

Llegados a este punto, se me apareció Herz Frank y me dijo: “a ver qué haces ahora, chata”, y me volví majara del todo (de serie venía ya pelín perjudicada, todo hay que decirlo…).

Me tomo la libertad de compartir con vosotros su corto Ten minutes older (1978) para que entendáis mejor la presión a la que me vi sometida con su espectral presencia. En él, este director de origen letón muestra, durante diez minutos, la cara de un niño que contempla una función de marionetas. Durante ese breve lapso de tiempo, el rostro del pequeño, que no sabe que está siendo grabado, pasa por todos los estadios emocionales que cualquier homínido de a pie pueda sentir a lo largo de su vida. Absolutamente fascinante, ya veréis.


Teniendo en mente esta película, y con la inestimable ayuda de Rodari, Ende, Dahl y Gloria Fuertes, entre otros, me puse a pensar qué podía escribir yo para recorrer, en tres piezas, todas las emociones al más puro estilo niño de Herz Frank. La idea me parecía muy original, y todo un desafío, pero ahí se quedó, plantada en el altar, porque, de forma natural, todo lo que pensaba o esbozaba tendía a la sonrisa, a la comedia blanca, así que no luché contra mi festivo estado de ánimo y me dejé llevar por el buen rollo que me generaba esta actividad.

El resultado: pues que me vine tan arriba que me creí Lotte Reiniger y me monté hasta un teatrillo de sombras que nadie había tenido a bien pedirme. Menos mal que no hay mal que por bien no venga y en casa hemos dado buena cuenta de las posibilidades creativas y artísticas de los personajes de la obra en cuestión. ¡Un cerapio me pongo en comprensión lectora! Porque mira que las instrucciones estaban claritas: tienes que hacer un libro, LI-BRO.

En fin, no sé si alguna vez seré maestra (con pena me inclino a pensar que no), porque si me matriculé en esta carrera fue más bien por amor al arte, lo que sí tengo claro es que este bloque de la asignatura ha creado un pequeño monstruo y que mis hijos se van a hartar de leer bayetas.

BLOQUE V


Si de algo me ha servido el acercamiento a las diferentes estrategias existentes para fomentar y animar los hábitos lectores de los niños, es para reafirmarme en la idea de que el amor por la lectura no nace en el momento en el que cedes con ternura tu regazo a un/a pequeño/a y le cuentas este o aquel cuento, estableciendo ese triángulo mágico adulto-libro-niño, sino mucho muchísimo antes, porque el amor por libros es primeramente un amor por la palabra. Si queremos fomentar que los niños lean, hablémosles siempre, narrémosles el mundo incluso antes de que puedan verlo, tocarlo o vivirlo. Estoy convencida de que las historias penetran en el líquido amniótico y lo tornan hipnótico, porque el poder de la palabra es tan desmesurado que no sabe de fronteras, ya sean estas físicas o incluso idiomáticas. Recuerdo hace años quedarme sentada como una tonta en un banco del Retiro escuchando a un abuelo contarles a sus nietos un cuento en ruso (o similar). Ni que decir tiene que no me enteré absolutamente de nada (porque yo de rusa solo tengo la ensaladilla), pero no era lo que narraba lo que me mantenía pegada al asiento, sino cómo lo hacía. En definitiva, la PALABRA.

En mi colegio, los libros estaban encerrados, pobrecillos, en vitrinas de cristal a las que no había que acercarse demasiado para no dejar la huella dactilar de recuerdo. Menudas eran las monjas cuando les daba el momento CSI. Además, la biblioteca se encontraba siempre cerrada bajo llave. Una sala tan enorme como inútil… Bueno, no del todo, que el reconocimiento médico nos lo hacían allí. Y yo me preguntaba ya entonces, ¿qué función tiene un libro si nadie lo lee? ¿A qué viene tanto misterio? ¿Esconderán algo ahí dentro? Como poco, un cadáver. Quiźa fue también todo ese secretismo el que me animó a seguir devorando libros, quién sabe… Oye, que lo mismo tendríamos que haberle echado el candado a nuestra biblioteca de aula...

CONCLUSIÓN

Gracias, Irune, por la cercanía, por enseñarme con tu dedicación y disponibilidad en qué consiste ser una buena maestra y por saberte mi nombre.






sábado, 28 de mayo de 2016

Biblioteca de aula y animación a la lectura (Bloque 5)

Esta actividad ha sido realizada por Carolina Alarcón Pastor, Liv Ortíz Rönnenberg, Ana de Juan Álvarez de Lara, María Manuela Fernández Maqueda y Natalia Hernández Gómez para un aula de infantil de niños con edades comprendidas entre 4-5 años. 

Muchos de los nuevos retos educativos pasan por preguntarse qué falla en la escuela, por qué llega un momento en el que los niños comienzan a percibirla como una obligación, como una pesada y aburrida carga, en lugar de sentirla como un espacio de aprendizaje que invite a inventar, a innovar, a crecer en infinidad de planos, a ser creativo… Y lo mismo ocurre con la lectura. Cuando los niños se acercan a los libros por primera vez, rebosan curiosidad y deseo por descubrir todo aquello que esconden en su interior esos mágicos artefactos que ponemos a su alcance con mayor o menor interés. Desde la perspectiva de un adulto amante de la lectura, es absolutamente conmovedor comprobar la emoción y el placer que demuestran cuando asoman sus cabecitas al universo de imágenes y fantasía que les proporcionan los libros. ¿Qué ocurre entonces años más tarde? ¿Por qué cuando los niños superan esa marcada brecha entre la imagen y la palabra comienzan a percibir la lectura como una cansina imposición académica más que como lo que realmente es, un acto de regocijo y deleite? Quizá la respuesta la encontremos, como tantas otra veces, en el gran Borges: “La lectura no debe ser obligatoria. El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado”.

Si queremos propiciar que disfruten de los libros y que se conviertan con el tiempo en lectores tan voraces como críticos, deberíamos, en primer lugar, cambiar nuestra perspectiva de los niños y verles como sujetos con criterio; y en segundo lugar, no estaría de más transformarnos nosotros, los adultos (tanto dentro como fuera de la escuela), en una gran oreja respetuosa y atenta capaz de comprender que cada niño es un universo, con sus inquietudes, inclinaciones y gustos particulares. Escucharles, valorar sus opiniones y proporcionarles un clima óptimo para el intercambio de ideas es vital si lo que pretendemos es responder a sus necesidades como lectores, que las tienen, a pesar de que se encuentren aún en una etapa puramente visual.

Ni todos aprendemos y sentimos de la misma manera ni todos decodificamos las imágenes del mismo modo. De ahí la necesidad de descubrir lo que precisa cada niño, así como sus disposiciones, y en base a ello, ser capaces de utilizar todos los recursos en nuestro haber para satisfacer sus necesidades y fomentar sus aptitudes.

Por todo ello, nuestra biblioteca y nuestro rincón de lectura no serán espacios creados para los niños, sino lugares pensados con los niños, que participarán tanto en el diseño como en la puesta en marcha de todos y cada uno de los aspectos y actividades relacionados con su experiencia como lectores. Se nos antoja esta la mejor forma de conseguir que se involucren realmente en el proyecto y que se sientan plenos protagonistas de él. Los niños, como bien sabemos, son creativos, curiosos y observadores por naturaleza, y disfrutan poderosamente realizando actividades con las que calmar su sed de conocimiento y experiencias. Pertenecen, como los adultos (aunque a muchos se les haya olvidado), a una especie que propende a aprender, que alberga en su esencia el ansia de avanzar, de comprender, de descubrir… Valgámonos pues de esta tendencia innata a la curiosidad como punto de partida para diseñar y crear una guarida lectora atractiva y mágica, y cubramos el entorno de la biblioteca del aula con un halo de fantasía y misterio, el mejor cebo para pescar mentes despiertas e inquietas…
¡Comenzamos!
       
SITUACIÓN EN EL AULA

En principio, se podría pensar que la lectura no necesita demasiados requisitos: basta un buen libro sobre las rodillas y las ganas de atravesar el umbral de la fantasía. Sin embargo, a la hora de ubicar el lugar donde exponer nuestra biblioteca y poder sentarnos (o tumbarnos) plácidamente a disfrutarla, sí pensamos que se deben tener en cuenta una serie de aspectos de carácter físico y material. La zona del aula que elijamos debe ser lo  suficientemente amplia y luminosa como para acoger a los niños con cierto desahogo y permitirles disfrutar de los detalles y la belleza de las imágenes, ya sea su lectura individual o en grupo. Asimismo, y en la medida de lo posible, debe tratarse de una zona libre distracciones y de ruidos molestos. Con estas sencillas medidas, conseguiremos provocar ese efecto de calidez y recogimiento tan propios de la lectura. Nuestra esquina de los libros estará también acotada y bien definida, para distinguirla del resto de los espacios del aula. A continuación, adjuntamos un pequeño croquis de la clase:


Pero, como todas nosotras disfrutamos de lo lindo leyendo al aire libre y creemos que se puede y se debe educar desde el juego y la sorpresa, hemos ideado también un pequeño espacio en el patio de la escuela para los días de buen tiempo que explicaremos con detalle en el apartado siguiente.
   
DISEÑO

Como hemos señalado ya, nuestro proyecto tiene como prioridad que los niños se sientan vinculados emocionalmente al espacio que habitan, el aula, y dentro de ella, a la zona de lectura. Queremos que sean los verdaderos protagonistas de su proceso de aprendizaje, así pues, dejaremos que se encarguen de una parte del diseño, la más vanguardista y dinámica, y la más atractiva: la ornamentación. 
Pero vayamos por partes, lo primero que vamos a describir es la distribución de los elementos que les vendrán dados. Como en todo rincón que se precie, dispondremos de dos paredes: la primera, la dedicaremos a colocar en fundas de plástico transparente las fotocopias a color de las primeras de cubierta (portadas para los amigos) de una selección de cuentos elegidos democráticamente en clase por los alumnos (más tarde explicaremos su función). Serán 18 portadas (colocadas en tres filas), un número apropiado para que todas ellas se sitúen a la altura del campo visual de los niños (como el resto de los elementos, por otra parte). En la segunda pared, iremos colgando los dibujos o creaciones que vayan realizando en las distintas actividades propuestas para el fomento y dinamización de la lectura. Por último, crearemos una tercera pared, que servirá para acotar nuestro rincón de los libros, con una estantería baja, que, repleta de cestos, albergará los libros de nuestra biblioteca de aula.

El espacio dedicado a viajar sin moverse del sitio, porque eso es en definitiva lo que hacemos cuando leemos, tendrá, además, un suelo mullido (tatami, colchoneta, piezas de goma EVA…) decorado con un gran número de cojines de diversos tamaños y formas y un puff.
Por último, colocaremos una cuadrícula a base de hilo de nylon sobre el área de la biblioteca para que los niños creen las diferentes “escenografías” en función de los libros que vayan leyendo, de las diferentes propuestas que se vayan realizando en clase o incluso en relación con los cambios estacionales (tantas posibilidades como ideas caben en el corazón de un niño). De ese modo, sobre sus cabecitas soñadoras penderán en cascada tiras de papel de colores, hojas de árboles ensartadas en lana semejando un jungla, cadenetas fabricadas a base de tapones de botella… De una forma simpática y lúdica, les invitaremos a imaginar, crear, leer y, ya de paso, reciclar.

En los días más amables, meteorológicamente hablando, dispondremos de un rincón de lectura en el patio del colegio, que podrán disfrutar el resto de los alumnos del centro si así lo desean. De este modo, quizá nuestra iniciativa dé paso a otras muchas, porque la ilusión es tremendamente contagiosa, casi tanto como la melancolía. Este espacio se creará a partir de una estructura de paraguas (de nuevo elementos reciclados), que darán color, alegría y sombra a los pequeños mientras disfrutan de sus libros preferidos. Sería conveniente, pensamos, guiar a los niños para que las lecturas escogidas para el exterior fuesen más livianas y lúdicas, por aquello de que al aire libre encontrarán más estímulos que les puedan distraer y, además, porque queremos darle a este momento lector un toque divertido.



CONTENIDO / FONDOS

Quien no haya pasado tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado... Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito... Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acaba y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido. Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastian hizo entonces.
Michael Ende

En nuestra búsqueda de la biblioteca ideal para un aula de 4-5 años, hemos intentado cubrir las necesidades de los niños de este tramo de edad con libros que les permitan reinterpretar el mundo, y con libros que les ayuden a entenderlo; libros que actúen como identificadores, para que los pequeños se reconozcan de forma inconsciente en los protagonistas y aprendan de ellos que los problemas tienen solución o que todos y cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles; libros que reflejen sus miedos, problemas o preocupaciones; libros para pasar un buen rato; libros para reír, soñar o volar; libros para educar los sentidos y el gusto estético; libros para disfrutar de la belleza estética y plástica, de una pincelaza o un trazo mágico; libros de los que encogen el corazón o libros nosense para perder la cabeza… En definitiva, libros para, con un poco de suerte, volverse un Bastian.
Los niños de 4-5 años pertenecen al llamado “subperíodo intuitivo”, en el que van desarrollando su capacidad de representación, disfrutan con el dibujo, el juego simbólico, la dramatización… Es el momento óptimo para trabajar la lectura de la imagen, descubrir las figuras dominantes, los colores, localizar los objetos e ir descubriendo las conexiones entre los dibujos, y entre éstos y el texto que los acompaña. 

Para elaborar estas representaciones, insistimos de nuevo, el niño debe poder identificarse con alguno de los personajes de la historia… ¡tanto con los buenos como con los malos!

A continuación, proponemos un pequeño esquema de las características de nuestra selección, para que quede aún más claros los motivos de la propuesta:
-En estos libros, la ilustración es un lenguaje artístico más y no solo un aliciente decorativo.
-Libros con lenguaje correcto y párrafos no demasiado extensos.
-Libros que ofrezcan información, en los que el niño pueda adentrarse en una investigación propia.
-Libros con poco texto, que ayuden al niño a decodificar las imágenes e, incluso, crear su propia historia.
-Libros de fábulas, adivinanzas, rimas, canciones.
-Libros de poesía y de lenguaje algo surrealista (muy importante en esta edad).
-Libros de cuentos populares.
-Libros fáciles de manipular, de cómodo manejo para sus manitas
-Libros que produzcan asombro, risa, y proporcionen una correcta escala de valores con el objeto de que el niño pueda ir eligiendo sus propios caminos
-En definitiva, libros-arte, libros-vida.

FONDO DE ARMARIO PARA LECTORES EXIGENTES DE ALTURA REDUCIDA

1) Presiona aquí, Hervé Tullet. Chronicle Books. 
2) Adivina cuánto te quiero, Sam Mc Bratney. 
3) La manzana roja, Feridun Oral. Editorial Juventud.
4) Monstruo Rosa, Olga de Dios. Nube Ocho Editorial.  
5) El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza. Wermer Holzwarth y Wolf Erlbrunch. Alfaguara Infantil. 
6) El peor niño del mundo, Andrea Rauch. Brosquil Ediciones.  
7) Un perro muy raro, José Watanabe y Víctor Aguilar. Editorial Peisa. 
8) Monstruosa sorpresa, Édouard Manceau. Bruño. 
9) Salvaje, Emily Hughes. Libros del Zorro Rojo. 
10) Cómo atrapar un estrella, Oliver Jeffers. Fondo de Cultura Econcómica de España. 
11) El globito rojo, Lela Mari. Kalandraka. 
12) Huevos verdes con jamón, Dr. Seuss. 
13) ¡Oh!, Josse Goffin, Kalandraka. 
14) La oca loca, Gloria Fuertes, Editorial Escuela Española.
15) Cuentos para jugar, Gianni Rodari. Alfaguara Infantil. 
16) El árbol generoso, Shel Silverstein. Kalandraka. 
17) De la cabeza a los pies, Eric Carle. Kókinos. 
18) El cazo de Lorenzo, Isabelle Carrier. Editorial Juventud. 
19) Te quiero (casi siempre), Ana Llenas. Espasa Libros. 
20) La ovejita que vino a cenar, Steve Smallman. Beascoa. 
21) Orejas de mariposa, Luisa Aguilar. Kalandraka. 
22) La cebra Camila, Marisa Núñez. Kalandraka. 
23) La merienda del señor Verde, Javier Sáez Castán. Ediciones Ekaré. 
24) La gran fábrica de las palabras, Agnes de Lestrade. Tramuntana. 
25) Donde viven los monstruos, Maurice Sendak. Kalandraka. 
26) Inés Azul, Pablo Albo. Thule Ediciones. 
27) Pequeño Azul y pequeño Amarillo, Leo Leoni. Kalandraka.
28) Frederick, Leo Lionni.  
29) El huevo del erizo, Nozomi Takahashi. Tramuntana.  
30) Corre a casa ratoncito, de Britta Teckentrup. Loguez.
31) Mi nueva casa, Marta Altés. Blackie Books. 
32) Buscar, Olga de Dios. Nube Ocho ediciones. 
33) Críctor, Tomi Ungerer. Kalandraka. 
34) Adelaida, Tomi Ungerer. Kalandraka. 
35) Yo materé monstruos por ti, Santi Balmes.
36) El pez arco iris, Marcus Pfister. 
37) León de biblioteca, Michelle Knudsen y Kevin Hawkes. 
38) Una piedra extraordinaria, Leo Lionni. 
39) ¿Nada?, Patrick Mcdonnell.
40) Soñario, Javier Sáez Castán. Océano Travesía.  
41) El pato y la muerte, Wolf Erlbruch. Barbara Fiore Editora. 
42) Elmer, David McKee. 
43) Ser princesa no es un cuento, Irune Labajo y Gábor Gayá. 
44) ¿Qué le pasa a mi cabello?, Satoshi Kitamura.
45) Flotante, David Wiesner.

ORGANIZACIÓN Y GESTIÓN

Toda maestra que se precie debe amar los libros, porque, de lo contrario, difícilmente podrá invitar a los niños a que se apasionen por la lectura. Por ello, creemos que una buena parte de los fondos de la biblioteca deben provenir de los docentes, primeros interesados en compartir ese fuerte apego a los libros y guías en el desarrollo lector de los pequeños, en su pensamiento crítico.

Por otra parte, la responsabilidad de formar lectores, claro está, no es competencia exclusiva de la escuela, sino que a ella deben contribuir también las familias y otras instituciones cercanas al entorno del niño, como las bibliotecas públicas, así que debemos valernos también de estos dos agentes para obtener nuevos libros que sean de interés para los niños y que les ayuden a crecer y volar. Cada alumno, si así lo desea y puede (que no están las cosas muy boyantes en muchos hogares -precisamente los más desfavorecidos serán los que presumiblemente más necesitarán nuestra motivación-), traer a clase un libro consensuado con la maestra y otro que sea de su completo gusto para compartir con la clase. Los primeros entrarán a formar parte del fondo de la biblioteca y tendrán una distinción roja; los segundos, servirán para lo que vamos a denominar ”los libros con maleta”, y estarán marcados en azul. Cada viernes, todos los alumnos y alumnas elegirán un libro azul y se lo llevarán a casa. El lunes, en la asamblea, todos intercambiarán opiniones sobre los personajes, el argumento, las ilustraciones… Nadie tomará nota del libro que se ha llevado a casa cada niño, porque lo que queremos conseguir es que los pequeños sean cada vez más autónomos y se responsabilicen de los ejemplares que sacan del aula sin que ninguna autoridad les supervise. Para ello, obviamente, necesitaremos el apoyo de las familias, que estarán sobre aviso de que la actividad de “los libros con maleta” no tiene como finalidad únicamente el fomento de la lectura, sino hacerles comprender el valor del objeto en sí, que deben cuidar, y darles alas para madurar.

En cuanto a los libros marcados en rojo, los que conforman propiamente el alma de la biblioteca, pueden ser llevados a casa cuando el niño lo desee. Tan solo estableceremos dos únicas normas: que sean devueltos al día siguiente y que se informe a la maestra (por una cuestión meramente logística). Una vez cumplidos estos dos requisitos, bastará con que el niño coloque su carné (una fotografía plastificada con un cordón a su elección) en el gancho de “¡Me lo llevo!” y lo sitúe en el gancho de “¡Lo devuevo!” una vez disfrutado en casa con padres/as, hermanos/as, abuelos/as, vecinos/as... 
Creemos que con estas pequeñas y sencillas normas, que al principio costará implantar, poco a poco los niños nos irán hablando de sus gustos e intereses y aprenderán que los libros no son un objeto cualquiera, que encierran tantas maravillas que deben ser cuidados como el mejor de los bienes y que ellos, solitos, son los guardianes y custodios de tan increíble tesoro.
  
DINAMIZACIÓN Y ANIMACIÓN

Nos gustaría, antes de nada, hablar un poquito sobre lo que Kepa Osoro Iturbe llama Lectura Compartida, ya que este concepto nos parece fundamental para entender la lectura en el periodo de la Educación Infantil, cuando los niños no saben descrifrar aún los textos y necesitan de la figura del adulto para que les acompañe de una manera alegre, tierna y respetuosa en el descubrimiento del libro. La Lectura Compartida es, por tanto, ese momento de comunión entre el niño y el adulto que nace en el entorno familiar, cuando los padres o madres leen a sus hijos en el regazo, y crece y se desarrolla, si el maestro o la maestra tienen el necesario amor por los libros, en la escuela. Porque no se puede invitar a los niños a que lean desde la apatía o la rutina, imposible, tan solo lo lograremos desde el amor, desde la emoción, pero desde una emoción real, vivida, desde un sentimiento sincero, desde la complicidad y la cercanía. Y solo a partir de esta proximidad al niño y teniendo como punto de partida el afecto por la lectura brotarán de manera natural las estrategias más fascinantes y creativas de dinamización y animación.

En este sentido, además, los adultos tenemos muchísima suerte, porque contamos con unos aliados de excepción: los libros ilustrados, rebosantes de posibilidades comunicativas, poseedores de una fuerte carga estética, plástica y emotiva, y capaces de acercar la realidad a los niños desde la fantasía.    
Otro aspecto que nos gustaría recalcar es que la competencia lectora y el hábito lector se influyen mutuamente. Por ello es importante hacer partícipes a las familias de las actividades que se lleven a cabo en el aula (o en el centro) en relación con el fomento de la lectura, ya que, si bien es cierto que en el seno de algunas familias el hecho lector es tan natural como beber un vaso de agua, en otras, por desgracia, los niños no encuentran un modelo al que imitar y los libros brillan por su ausencia, lo que repercute en su interés por la lectura.

Cada vez son más los padres o madres que se acercan a las escuelas o colegios de sus hijos a contarles un cuento, o incluso a rerpresentarlo con marionetas, pequeños teatrillos, etc., lo que nos hace presuponer que un alto porcentaje de padres/madres o bien leen o bien desean que sus hijos lo hagan. Importante tener este hecho en cuenta a la hora de plantear más actividades de carácter familiar, incluso se podrían extender estas experiencias a abuelos o hermanos mayores, por poner algunos ejemplos.
A estas edades, la naturaleza de los niños les empuja al movimiento, así que bien podríamos aprovechar su espíritu dinámico y el gusto por “hacer” para optar por pedagogías corporales que aúnen literatura y música o literatura y danza. Las performances pueden ser tan ricas como variadas, basta poner en marcha la imaginación y la creatividad.

A las ya conocidas actividades que se desarrollan en el aula para invitar a los alumnos a que lean (la hora del cuento, momentos de reflexión y diálogo sobre algún libro propuesto, talleres en los que dibujar a los protagonistas de esta o aquella historia…), queremos sumar este otro tipo de experiencias, más innovadoras y desconocidas.

Los niños que actualmente habitan las aulas vienen ya con una tableta debajo del brazo (lo del pan ha quedado ya para el recuerdo) y este es un factor que, mal que nos pese a algunos, no podemos obviar. En la actualidad existen un gran número de aplicaciones que dan vida a la obra de muchos autores e ilustradores. Es el caso, por ejemplo, de las simpáticas historias de Chris Haughton (fallo no haberle incluido en nuestro fondo de biblioteca), que cuentan con divertidas App para tabletas o teléfonos móviles.

Cuanto antes expongamos a los niños a la lectura, antes y mejor desarrollarán la capacidad lingüística y las habilidades de expresión, comprensión y comunicación. La lectura les dotará de poderes para imaginar y crear nuevas historias, de ahí la necesidad de proponerles actividades que saquen a la luz su creatividad y dotes narrativas. Los dados con imágenes, que incluso se comercializan, son fantásticos para que den rienda suelta a la imaginación y creen pequeñas historias, pero también podemos servirnos de recortes de revistas para presentarles una serie elementos, personajes o circunstancias con los que poder componer un narración con lógica o sin ella, que lo ilógico tiene también su atractivo.

Por último solo queremos compartir con vosotros los errores que, según la AEPap (Asociación Española de Pediatría y Atención Primaria) con más frecuencia cometemos los adultos cuando queremos animar a los niños a que lean:
-Crear contradicciones entre el método de la escuela y el empleado en casa.
-Emplear libros inadecuados por su extensión, interés o tema.
-Introducir un ritmo de aprendizaje excesivo.
-Repetir o enseñar lo ya sabido, lo que provoca aburrimiento.
A los que añadiremos uno más:
-Convertir la lectura en una obligación y despojarla de todo su misticismo y magia.   


jueves, 5 de mayo de 2016

Creación literaria


PROSA – ¡¿OTRA VEZ LUNES?!

Soy una chiflada de Rodari desde bien pequeña, así que, al echarle un vistazo a las pautas para esta actividad, no me hizo falta mucho tiempo para decantarme por crear un cuento a su (ya me gustaría a mí) itálico modo. Por cierto, aprovecho para recomendaros la edición de Cuentos por teléfono que acaba de publicar la Editorial Juventud. Por un lado, porque estoy convencida de que leer a Rodari da puntos de vida, y por otro, porque merece muy mucho la pena deleitarse con el talento de Emilio Urberuaga, uno de los grandes de la ilustración en nuestro país (muchos le recordaréis por dibujarle las gafas a Manolito Gafotas). 

La historia de Lunes está concebida para niños de 5-6 años y parte de la loca idea de qué ocurriría si, una buena semana, Lunes, cansado de aguantar quejas y malas caras, decidiese ponerse en huelga de días caídos y no se levantase de la cama... Pero he de reconocer que mía lo que se dice mía no ha sido del todo la ocurrencia, así que tendré que poner en los créditos a mi asistente personal, que la semana pasada, tras un largo y divertido fin de semana, me dijo: "a lo mejor el lunes también tiene sueño".

No hay detrás del cuento ningún interés didáctico o pedagógico, ni sirve para trabajar absolutamente nada, si acaso algún músculo como el corazón o algún órgano como el cerebro, pero nada, poca cosa. Me basta y me sobra con que el que lo escuche o lea, se divierta y abra bien las orejas, que son las primeras puertas del amor a los libros...        

Hace muchos muchos años, cuando aún no se habían inventado ni las cafeteras ni los despertadores, un lunes del mes de mayo decidió no abandonar la cama. Sabía que debía despertarse en cuanto saliese el sol, porque de lo contrario no habría semana, pero estaba tan harto de recibir quejas, que se acurrucó bajo el edredón y decidió que no se levantaría hasta que no le diese a todos un buen escarmiento.
«¡Así aprenderán a no lamentarse tanto! ¡Ya está bien de protestar!"», pensó, «que si los martes son más simpáticos, que si los viernes son la alegría de la huerta, que si los domingos mi padre hace paella y no hay cole...».
Fue así como, por primera vez en la historia del mundo, el lunes duró tooooooda la semana. Sin embargo, y aunque parezca increíble, nadie parecía haberse dado cuenta de este pequeño detalle. Tan ocupados habían estado todos gimoteando por las esquinas y gruñendo sin parar, que nadie se percató de que seis días con sus seis noches se habían esfumado entre lamentos, suspiros y maldiciones.
Tan solo Roque, un niño de unos seis años, pequeño como un paragüero pero listo como una biblioteca municipal, se percató de lo que estaba ocurriendo e intentó avisar a todos los adultos que conocía: a sus padres, a la seño, a sus tíos, a la vecina del tercero –esa tan pesada que le regañaba por colgarse de la barandilla del portal–, a su abuela Petra, al cartero... Pero nada, ni caso, todos a lo suyo corre que te corre paseando las ojeras y las prisas de acá para allá sin prestarle la más mínima atención.
«Pues algo tendré que hacer», pensó, «porque yo no me quedo sin partido de fútbol otra semana...».
De pronto, tuvo una idea: buscó en las Páginas Amarillas el número del Sr. Lunes (entonces no había Internet) y, ni corto ni perezoso, le llamó por teléfono...
–Buenos días, ¿es usted el Sr. Lunes?
–Sí, soy yo –contestó Lunes entre bostezos–, pero me pillas un poquito mal en este momento... Es que aún no me he desperezado del todo y...
–Ya, ya, disculpe. Mire, es que me he dado cuenta de que esta semana no ha habido ni martes, ni miércoles, ni jueves, ni viernes... ¡Y lo peor de todo, tampoco sábado o domingo! Y, verá, a mí usted me cae muy rebién, porque resulta que los lunes mi madre me lleva a clase de música, y es bastante divertida, pero claro, es que esta semana he ido ya siete veces a tocar el clarinete y, a ver cómo lo explico yo...  ¡estoy hasta las corcheas! 
¡Acabáramos! –exclamó Lunes–, pues eso sí que es un problema... Si te soy sincero, yo también estoy bastante aburrido. He pasado tantos años fastidiando a la gente que echo en falta eso de "¡horror, que llega el lunes!" cuando me ven aparecer... Paradojas de la vida, hasta este preciso instante no he sido consciente de lo muchísimo que me gusta mi trabajo... ¡Anda, parece que está amaneciendo! Creo que voy a levantarme... Pero, no te preocupes, majo, a las doce, como un reloj, me iré a la cama. 
–Muchas gracias, Sr. Lunes. ¡Hasta la semana que viene!   


VERSO – AEIOU

Ponerle un cartelito de edad recomendada a un verso me parece una broma de muy mal gusto, así que me niego en rotundo y paso rápidamente al segundo orden del día (en líneas generales todas las clasificaciones, aunque en ocasiones son necesarias, me parecen una panda de embusteras).

Aprender las letras con alegría, así sin ninguna finalidad, simplemente por el disfrute de ir por la calle descubriendo dónde se esconde una "a" o dónde vive una "y griega" es, por contra, algo bien molón que gusta (y mucho) a todos los niños del mundo. ¿Por qué no aprovechar entonces ese interés para ir un paso más allá y animarles a que encuentren esas mismas letras en los objetos o elementos más inverosímiles? Una especie de pareidolia, pero en versión signo gráfico. Ahora que lo pienso, ¿no es precisamente así como deberían aprender a leer los niños? Qué tristeza hacerlo de otro modo... 

Todas las letras son muy originales,
pero las más molonas se llaman vocales.
¿Quieres aprenderlas? Te propongo un juego.
Te diré su nombre, ¡y también lo que veo!
La A es un columpio, pero puesto de lado.
La E es un peine un poco desdentado.
La I, pobrecita, es simplemente un palo.
Y la O, regordeta, un agujero blanco.
¡Pero nos falta una! ¡Y se me ha olvidado!
Quizá se ha escondido... ¡Ahora qué hago!
¿Estará de viaje? ¡Esto es demasiado!
¿A qué se parecía? Lo voy recordando...
¿Una luna dormida? ¿La boca de un gato?
¡Ya lo tengo, es la U! ¡Casi no terminamos!

El libro está fabricado con dos trozos de foam que me sobraron de ya no recuerdo qué (a modo de cubiertas) y cartulina negra y blanca (páginas interiores). He tomado como referencia un libro que mi hijo manipula con soltura para determinar qué tamaño sería el óptimo y he usado esas medidas para dar soporte al poema. El lomo está cosido con hilo de nylon y forrado con dos capas de washi tape de lunares. Justo aquí abajo podéis ver el resultado, pero, para no aburrir, solo he subido unas cuantas imágenes del interior, las que tienen más gracia. 












TEATRO DE SOMBRAS – LOS NÚMEROS NO SABEN SUMAR

Esta obra está ideada para un público de 4-5 años, aunque lo cierto es que puede ser representada en cualquier aula de infantil, ya que cada tramo de edad de este crucial y fascinante periodo del desarrollo humano la podrá disfrutar de una manera rica y distinta: en el rango 1-2, el placer y el aprendizaje se limitarán prácticamente a lo sensorial, gracias a la sencillez de la puesta en escena –contraste negro sobre blanco–, a la música...; los niños de 2-3 ya conocen los números, al menos la retahíla, y los más mayores (4-6), serán capaces ya de ir un poco más allá y adentrarse en el mundo de las matemáticas de una forma lúdica y creativa. Lo que torpemente intento explicar es que a la hora de dar forma a esta sencilla y breve pieza teatral he tenido muy en cuenta la distinción establecida por Kamii (1981) en referencia a los tres tipos de conocimiento que a su juicio existen: el físico (actuando sobre los objetos y descubriendo el comportamiento de los mismos a través de los sentidos); el social (transmisión oral) y el lógico-matemático (abstracción reflexiva).

Con Los números no saben contar, que en origen iba a ser representada con la ayuda de un Kamishibai ("teatro de papel" en japonés), mi ilusión es poder acercar dos mundos que muchos se han empeñado en enfrentar durante años: el arte y la ciencia (Leonardo se tiraría de los pelos). Está comprobado que la mejor manera de aprender matemáticas es mediante la manipulación y la experimentación, así que... ¿por qué no estimular esa formación de relaciones, esas conexiones entre la realidad y la abstracción, desde el ámbito de la fantasía y la magia?

Existe la creencia de que para resolver cualquier problema es necesario conocer la técnica de cálculo requerida, pero día a día constato con la ayuda de mi hijo de dos años que desde bien pequeños los niños son capaces de llevar a cabo operaciones aritméticas simples de forma innata si el juego anda de por medio. Mucho antes de que los maestros les sienten en un pupitre frente al signo +, los pequeños matemáticos ya saben sumar, porque la creatividad, que les brota a raudales, está haciendo de las suyas libremente.


Por otra parte, también tenía interés en trabajar los miedos, tan presentes en la infancia. Desde muy niña he sentido una absoluta fascinación por el teatro. Mis vecinos y yo éramos muy dados a montar un María Guerrero en el descansillo del bloque cada dos por tres; eso sí, jamás se nos ocurrió producir una obra de teatro de sombras. Qué fallo, la verdad, porque habríamos aprendido a tenerle menos respeto a la oscuridad, algo que a mí me habría venido de perlas... Si bien es cierto que algunos niños pueden llegar a asustarse un pelín al apagar las luces, la mayoría se deja rápido seducir por la magia de la penumbra y atraviesan sin miedo esa delgada línea que separa la realidad de la fantasía. Así que, la obra de teatro podría dar pie, además, a enfrentarse a la oscuridad sin recelo, a establecer un diálogo sobre aquello que nos da canguelo, que nos inquieta. Seguro que de estas reflexiones saldrían unos preciosos haikus sobre el temor y la negrura.      

A continuación podéis ver las siluetas recortadas de las figuras que aparecerán en el teatrillo, que no es más que un papel blanco de gran formato enmarcado en un cuadro negro. Las sombras se pueden conseguir con una simple linterna, aunque la función ganará mucho si se usa un proyector, que produce una luz menos focalizada. He realizado seis manzanas, tres completas y tres con sendos agujeros, para ser sustituidas con celeridad cuando el gusano las agujerea; los protagonistas: 1, 2 y 3, el gusano y el árbol (que se pegará en el papel blanco para que quede fijado a la pantalla del teatrillo).    







No me alargo más, aunque me gustaría... Se abre el telón.

[A la sombra de un frondoso manzano, descansa UNO un pelín abatido]. 

UNO – ¡Qué triste es ser un uno, siempre solo...! Ojalá pudiese ser un siete o un millón de millones para tener compañía. 

[Entra en escena DOS, que ha oído al pasar el lamento de UNO y se acerca a consolarle]. 

DOS – ¡No llores más, por favor, que no estás solo! ¡Ahora ya somos dos! ¿Estás contento?

UNO – Sí, creo que sí. Pero... si yo soy un uno y tú un dos, entonces, ahora ya no somos dos, ¡somos tres!

TRES – ¿Cómo? ¡De ninguna manera! [Entra en escena TRES muy enfadado]. ¡El único número tres que hay por aquí soy yo! ¿Es que no lo veis? ¡Mirad las montañitas de mi espalda!  

[De pronto, una carcajada chillona sorprende a los números, que miran perplejos hacia todas las direcciones sin lograr ver a nadie]. 

UNO – ¿Habéis oído eso? ¿Quién se ha reído de nosotros? 

DOS – ¡Eso digo yo! ¿A qué viene esa falta de respeto? 

TRES – Pues no sé a qué viene, la verdad, pero sí sé de dónde: ¡del manzano! ¡Acerquémonos a ver! 

[Los números se aproximan al árbol y comprueban alucinados cómo, desde una rama baja, un diminuto gusanito les observa con socarronería].

GUSANO – Jajajaja... [Se carcajea de nuevo]. ¡Nunca había visto nada parecido! ¡Es divertidísimo! ¡Unos números que no saben sumar! ¡Es para troncharse de la risa!

UNO – ¡Oye! [Protesta molesto]. ¿Quién ha dicho que no sabemos sumar? ¡Mira! Uno, dos, tres... 

GUSANO – Pero eso no es sumar, amigo mío, ¡eso se llama CONTAR! Si de verdad queréis aprender lo mucho muchísimo que valéis, yo puedo ayudaros. Eso sí, antes tendréis que recoger los frutos más dulces de este manzano. 

UNO, DOS y TRES [al unísono]: ¡Eso está hecho, claro que sí!

[Los números traen tres manzanas y las colocan frente al gusano].

GUSANO – Mirad, habéis traído tres manzanas, una para cada uno. Una, dos y tres. Y tienen una pinta deliciosa, por cierto. Así que, mientras os enseño a sumar, si os parece bien, ¡voy a darme también un buen festín!

UNO – [Aparte a Dos y Tres].  Me parece que este gusano tiene un poco de morro, ¿no creéis?

DOS – No sé, quizá deberíamos darle una oportunidad... A lo mejor sí que nos pueda enseñar algo... 

TRES – Eso, eso, dejad que empiece, no seáis pelmazos. ¡Yo quiero sumar!

GUSANO – Como os decía. Aquí tenemos tres manzanas. ¿Veis? Una, dos y tres. A tu manzana, Uno, le haré un agujero. ¡Así! ¡Ñam, ñam, ñam! [Se mete en el agujero de la manzana y sale por el otro lado]. 

UNO – ¡Pues vaya, menudo asco! [Se queja Uno haciendo ruidos que dejan bien clarito lo repugnante que le parece lo que acaba de hacer Gusano]. ¡Ahora sí que no me la pienso comer!

GUSANO – ¡Valiente tiquismiquis estás hecho! En fin, continúo... [Se nota en el tono cierta molestia por la interrupción, pero pronto vuelve a su amabilidad habitual]. A tu manzana, Dos, le haré dos agujeros. ¡Así! ¡Ñam! [Atraviesa la manzana dos veces y sale por el otro lado].

DOS – Sí, sí, ya lo veo, pero... ¿Cuándo vamos a aprender a sumar?

GUSANO – ¡Tiempo al tiempo! Sois un pelín impacientes, ¿no? Vamos a ver, por dónde iba... ¡Ah, sí! Tres, a tu manzana, le haré tres agujeros. ¡Así! ¡Ñam, ñam, ñam! [Atraviesa la manzana tres veces y sale por el otro lado].

TRES – ¡Hale, qué agujeros más bien hechos! ¡Enhorabuena!

GUSANO – ¡Vaya! Pues muchas gracias, eres muy amable. 

TRES – De nada. 

GUSANO – Pues resulta que aprendí a hacerlos en la Escuela Técnica de... 

[Tres y Gusano se ponen a hablar a lo suyo en un runrún ininteligible]. 

UNO – ¡Hey, oye, que estamos aquí!




DOS – ¡Eso digo yo!

GUSANO – ¡Vale, vale, qué carácter...! A ver, a ver, yo estaba diciendo que... ¡Sí, ya me acuerdo! Tenemos tres manzanas. Una, dos y tres. La primera tiene un agujero; la segunda, dos, y la tercera, tres. 

UNO – Sí, eso ya lo vemos, Gusano, no te digo... 

GUSANO – ¡Pues ya sabéis sumar!

UNO, DOS y TRES [Al unísono] – ¡Coooooómo! ¿Nos tomas el pelo?

GUSANO – En absoluto, pero no os pongáis nerviosos. Os lo demostraré de otra manera... Si la primera manzana tiene un agujero, la segunda tiene dos y la tercera tiene tres. ¿Cuántos agujeros hay en total? ¡Contad, contad!

[Los números cuchichean entre ellos y finalmente se ponen a contar].

UNO, DOS y TRES – Uno, dos, tres, cuatro, cinco y ¡seis!

GUSANO – ¿Veis, ya sabéis sumar? Al principio siempre parece muy muy complicado, pero en realidad es un juego muy pero que muy divertido. 

UNO – Pues yo no me he enterado de nada, la verdad... 

DOS – No te preocupes Uno, para eso están los amigos, yo te lo vuelvo a explicar... ¿Te apetece una manzana?

FIN 









  



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-KAMII C. y col. 1981. La teoría de Piaget y la educación preescolar. Visor. Madrid. 
-KAMII C. (1985). El niño Reinventa la Aritmética. Visor. Madrid.