PROSA – ¡¿OTRA VEZ LUNES?!
Soy una chiflada de Rodari desde bien pequeña, así que, al echarle un vistazo a las pautas para esta actividad, no me hizo falta mucho tiempo para decantarme por crear un cuento a su (ya me gustaría a mí) itálico modo. Por cierto, aprovecho para recomendaros la edición de Cuentos por teléfono que acaba de publicar la Editorial Juventud. Por un lado, porque estoy convencida de que leer a Rodari da puntos de vida, y por otro, porque merece muy mucho la pena deleitarse con el talento de Emilio Urberuaga, uno de los grandes de la ilustración en nuestro país (muchos le recordaréis por dibujarle las gafas a Manolito Gafotas).
La historia de Lunes está concebida para niños de 5-6 años y parte de la loca idea de qué ocurriría si, una buena semana, Lunes, cansado de aguantar quejas y malas caras, decidiese ponerse en huelga de días caídos y no se levantase de la cama... Pero he de reconocer que mía lo que se dice mía no ha sido del todo la ocurrencia, así que tendré que poner en los créditos a mi asistente personal, que la semana pasada, tras un largo y divertido fin de semana, me dijo: "a lo mejor el lunes también tiene sueño".
No hay detrás del cuento ningún interés didáctico o pedagógico, ni sirve para trabajar absolutamente nada, si acaso algún músculo como el corazón o algún órgano como el cerebro, pero nada, poca cosa. Me basta y me sobra con que el que lo escuche o lea, se divierta y abra bien las orejas, que son las primeras puertas del amor a los libros...
Hace muchos muchos años, cuando aún no se habían inventado ni las cafeteras ni los despertadores, un lunes del mes de mayo decidió no abandonar la cama. Sabía que debía despertarse en cuanto saliese el sol, porque de lo contrario no habría semana, pero estaba tan harto de recibir quejas, que se acurrucó bajo el edredón y decidió que no se levantaría hasta que no le diese a todos un buen escarmiento.
«¡Así aprenderán a no lamentarse tanto! ¡Ya está bien de protestar!"», pensó, «que si los martes son más simpáticos, que si los viernes son la alegría de la huerta, que si los domingos mi padre hace paella y no hay cole...».
Fue así como, por primera vez en la historia del mundo, el lunes duró tooooooda la semana. Sin embargo, y aunque parezca increíble, nadie parecía haberse dado cuenta de este pequeño detalle. Tan ocupados habían estado todos gimoteando por las esquinas y gruñendo sin parar, que nadie se percató de que seis días con sus seis noches se habían esfumado entre lamentos, suspiros y maldiciones.
Tan solo Roque, un niño de unos seis años, pequeño como un paragüero pero listo como una biblioteca municipal, se percató de lo que estaba ocurriendo e intentó avisar a todos los adultos que conocía: a sus padres, a la seño, a sus tíos, a la vecina del tercero –esa tan pesada que le regañaba por colgarse de la barandilla del portal–, a su abuela Petra, al cartero... Pero nada, ni caso, todos a lo suyo corre que te corre paseando las ojeras y las prisas de acá para allá sin prestarle la más mínima atención.
«Pues algo tendré que hacer», pensó, «porque yo no me quedo sin partido de fútbol otra semana...».
De pronto, tuvo una idea: buscó en las Páginas Amarillas el número del Sr. Lunes (entonces no había Internet) y, ni corto ni perezoso, le llamó por teléfono...
–Buenos días, ¿es usted el Sr. Lunes?
–Sí, soy yo –contestó Lunes entre bostezos–, pero me pillas un poquito mal en este momento... Es que aún no me he desperezado del todo y...
–Ya, ya, disculpe. Mire, es que me he dado cuenta de que esta semana no ha habido ni martes, ni miércoles, ni jueves, ni viernes... ¡Y lo peor de todo, tampoco sábado o domingo! Y, verá, a mí usted me cae muy rebién, porque resulta que los lunes mi madre me lleva a clase de música, y es bastante divertida, pero claro, es que esta semana he ido ya siete veces a tocar el clarinete y, a ver cómo lo explico yo... ¡estoy hasta las corcheas!
–¡Acabáramos! –exclamó Lunes–, pues eso sí que es un problema... Si te soy sincero, yo también estoy bastante aburrido. He pasado tantos años fastidiando a la gente que echo en falta eso de "¡horror, que llega el lunes!" cuando me ven aparecer... Paradojas de la vida, hasta este preciso instante no he sido consciente de lo muchísimo que me gusta mi trabajo... ¡Anda, parece que está amaneciendo! Creo que voy a levantarme... Pero, no te preocupes, majo, a las doce, como un reloj, me iré a la cama.
–Muchas gracias, Sr. Lunes. ¡Hasta la semana que viene!
VERSO – AEIOU
Ponerle un cartelito de edad recomendada a un verso me parece una broma de muy mal gusto, así que me niego en rotundo y paso rápidamente al segundo orden del día (en líneas generales todas las clasificaciones, aunque en ocasiones son necesarias, me parecen una panda de embusteras).
Aprender las letras con alegría, así sin ninguna finalidad, simplemente por el disfrute de ir por la calle descubriendo dónde se esconde una "a" o dónde vive una "y griega" es, por contra, algo bien molón que gusta (y mucho) a todos los niños del mundo. ¿Por qué no aprovechar entonces ese interés para ir un paso más allá y animarles a que encuentren esas mismas letras en los objetos o elementos más inverosímiles? Una especie de pareidolia, pero en versión signo gráfico. Ahora que lo pienso, ¿no es precisamente así como deberían aprender a leer los niños? Qué tristeza hacerlo de otro modo...
Todas las letras son muy originales,
pero las más molonas se llaman vocales.
¿Quieres aprenderlas? Te propongo un juego.
Te diré su nombre, ¡y también lo que veo!
La A es un columpio, pero puesto de lado.
La E es un peine un poco desdentado.
La I, pobrecita, es simplemente un palo.
Y la O, regordeta, un agujero blanco.
¡Pero nos falta una! ¡Y se me ha olvidado!
Quizá se ha escondido... ¡Ahora qué hago!
¿Estará de viaje? ¡Esto es demasiado!
¿A qué se parecía? Lo voy recordando...
¿Una luna dormida? ¿La boca de un gato?
¡Ya lo tengo, es la U! ¡Casi no terminamos!
El libro está fabricado con dos trozos de foam que me sobraron de ya no recuerdo qué (a modo de cubiertas) y cartulina negra y blanca (páginas interiores). He tomado como referencia un libro que mi hijo manipula con soltura para determinar qué tamaño sería el óptimo y he usado esas medidas para dar soporte al poema. El lomo está cosido con hilo de nylon y forrado con dos capas de washi tape de lunares. Justo aquí abajo podéis ver el resultado, pero, para no aburrir, solo he subido unas cuantas imágenes del interior, las que tienen más gracia.
TEATRO DE SOMBRAS – LOS NÚMEROS NO SABEN SUMAR
Esta obra está ideada para un público de 4-5 años, aunque lo cierto es que puede ser representada en cualquier aula de infantil, ya que cada tramo de edad de este crucial y fascinante periodo del desarrollo humano la podrá disfrutar de una manera rica y distinta: en el rango 1-2, el placer y el aprendizaje se limitarán prácticamente a lo sensorial, gracias a la sencillez de la puesta en escena –contraste negro sobre blanco–, a la música...; los niños de 2-3 ya conocen los números, al menos la retahíla, y los más mayores (4-6), serán capaces ya de ir un poco más allá y adentrarse en el mundo de las matemáticas de una forma lúdica y creativa. Lo que torpemente intento explicar es que a la hora de dar forma a esta sencilla y breve pieza teatral he tenido muy en cuenta la distinción establecida por Kamii (1981) en referencia a los tres tipos de conocimiento que a su juicio existen: el físico (actuando sobre los objetos y descubriendo el comportamiento de los mismos a través de los sentidos); el social (transmisión oral) y el lógico-matemático (abstracción reflexiva).
Con Los números no saben contar, que en origen iba a ser representada con la ayuda de un Kamishibai ("teatro de papel" en japonés), mi ilusión es poder acercar dos mundos que muchos se han empeñado en enfrentar durante años: el arte y la ciencia (Leonardo se tiraría de los pelos). Está comprobado que la mejor manera de aprender matemáticas es mediante la manipulación y la experimentación, así que... ¿por qué no estimular esa formación de relaciones, esas conexiones entre la realidad y la abstracción, desde el ámbito de la fantasía y la magia?
Existe la creencia de que para resolver cualquier problema es necesario conocer la técnica de cálculo requerida, pero día a día constato con la ayuda de mi hijo de dos años que desde bien pequeños los niños son capaces de llevar a cabo operaciones aritméticas simples de forma innata si el juego anda de por medio. Mucho antes de que los maestros les sienten en un pupitre frente al signo +, los pequeños matemáticos ya saben sumar, porque la creatividad, que les brota a raudales, está haciendo de las suyas libremente.
Por otra parte, también tenía interés en trabajar los miedos, tan presentes en la infancia. Desde muy niña he sentido una absoluta fascinación por el teatro. Mis vecinos y yo éramos muy dados a montar un María Guerrero en el descansillo del bloque cada dos por tres; eso sí, jamás se nos ocurrió producir una obra de teatro de sombras. Qué fallo, la verdad, porque habríamos aprendido a tenerle menos respeto a la oscuridad, algo que a mí me habría venido de perlas... Si bien es cierto que algunos niños pueden llegar a asustarse un pelín al apagar las luces, la mayoría se deja rápido seducir por la magia de la penumbra y atraviesan sin miedo esa delgada línea que separa la realidad de la fantasía. Así que, la obra de teatro podría dar pie, además, a enfrentarse a la oscuridad sin recelo, a establecer un diálogo sobre aquello que nos da canguelo, que nos inquieta. Seguro que de estas reflexiones saldrían unos preciosos haikus sobre el temor y la negrura.
A continuación podéis ver las siluetas recortadas de las figuras que aparecerán en el teatrillo, que no es más que un papel blanco de gran formato enmarcado en un cuadro negro. Las sombras se pueden conseguir con una simple linterna, aunque la función ganará mucho si se usa un proyector, que produce una luz menos focalizada. He realizado seis manzanas, tres completas y tres con sendos agujeros, para ser sustituidas con celeridad cuando el gusano las agujerea; los protagonistas: 1, 2 y 3, el gusano y el árbol (que se pegará en el papel blanco para que quede fijado a la pantalla del teatrillo).
No me alargo más, aunque me gustaría... Se abre el telón.
[A la sombra de un frondoso manzano, descansa UNO un pelín abatido].
UNO – ¡Qué triste es ser un uno, siempre solo...! Ojalá pudiese ser un siete o un millón de millones para tener compañía.
[Entra en escena DOS, que ha oído al pasar el lamento de UNO y se acerca a consolarle].
DOS – ¡No llores más, por favor, que no estás solo! ¡Ahora ya somos dos! ¿Estás contento?
UNO – Sí, creo que sí. Pero... si yo soy un uno y tú un dos, entonces, ahora ya no somos dos, ¡somos tres!
TRES – ¿Cómo? ¡De ninguna manera! [Entra en escena TRES muy enfadado]. ¡El único número tres que hay por aquí soy yo! ¿Es que no lo veis? ¡Mirad las montañitas de mi espalda!
[De pronto, una carcajada chillona sorprende a los números, que miran perplejos hacia todas las direcciones sin lograr ver a nadie].
UNO – ¿Habéis oído eso? ¿Quién se ha reído de nosotros?
DOS – ¡Eso digo yo! ¿A qué viene esa falta de respeto?
TRES – Pues no sé a qué viene, la verdad, pero sí sé de dónde: ¡del manzano! ¡Acerquémonos a ver!
[Los números se aproximan al árbol y comprueban alucinados cómo, desde una rama baja, un diminuto gusanito les observa con socarronería].
GUSANO – Jajajaja... [Se carcajea de nuevo]. ¡Nunca había visto nada parecido! ¡Es divertidísimo! ¡Unos números que no saben sumar! ¡Es para troncharse de la risa!
UNO – ¡Oye! [Protesta molesto]. ¿Quién ha dicho que no sabemos sumar? ¡Mira! Uno, dos, tres...
GUSANO – Pero eso no es sumar, amigo mío, ¡eso se llama CONTAR! Si de verdad queréis aprender lo mucho muchísimo que valéis, yo puedo ayudaros. Eso sí, antes tendréis que recoger los frutos más dulces de este manzano.
UNO, DOS y TRES [al unísono]: ¡Eso está hecho, claro que sí!
[Los números traen tres manzanas y las colocan frente al gusano].
GUSANO – Mirad, habéis traído tres manzanas, una para cada uno. Una, dos y tres. Y tienen una pinta deliciosa, por cierto. Así que, mientras os enseño a sumar, si os parece bien, ¡voy a darme también un buen festín!
UNO – [Aparte a Dos y Tres]. Me parece que este gusano tiene un poco de morro, ¿no creéis?
DOS – No sé, quizá deberíamos darle una oportunidad... A lo mejor sí que nos pueda enseñar algo...
TRES – Eso, eso, dejad que empiece, no seáis pelmazos. ¡Yo quiero sumar!
GUSANO – Como os decía. Aquí tenemos tres manzanas. ¿Veis? Una, dos y tres. A tu manzana, Uno, le haré un agujero. ¡Así! ¡Ñam, ñam, ñam! [Se mete en el agujero de la manzana y sale por el otro lado].
UNO – ¡Pues vaya, menudo asco! [Se queja Uno haciendo ruidos que dejan bien clarito lo repugnante que le parece lo que acaba de hacer Gusano]. ¡Ahora sí que no me la pienso comer!
GUSANO – ¡Valiente tiquismiquis estás hecho! En fin, continúo... [Se nota en el tono cierta molestia por la interrupción, pero pronto vuelve a su amabilidad habitual]. A tu manzana, Dos, le haré dos agujeros. ¡Así! ¡Ñam! [Atraviesa la manzana dos veces y sale por el otro lado].
DOS – Sí, sí, ya lo veo, pero... ¿Cuándo vamos a aprender a sumar?
GUSANO – ¡Tiempo al tiempo! Sois un pelín impacientes, ¿no? Vamos a ver, por dónde iba... ¡Ah, sí! Tres, a tu manzana, le haré tres agujeros. ¡Así! ¡Ñam, ñam, ñam! [Atraviesa la manzana tres veces y sale por el otro lado].
TRES – ¡Hale, qué agujeros más bien hechos! ¡Enhorabuena!
GUSANO – ¡Vaya! Pues muchas gracias, eres muy amable.
TRES – De nada.
GUSANO – Pues resulta que aprendí a hacerlos en la Escuela Técnica de...
[Tres y Gusano se ponen a hablar a lo suyo en un runrún ininteligible].
UNO – ¡Hey, oye, que estamos aquí!
DOS – ¡Eso digo yo!
GUSANO – ¡Vale, vale, qué carácter...! A ver, a ver, yo estaba diciendo que... ¡Sí, ya me acuerdo! Tenemos tres manzanas. Una, dos y tres. La primera tiene un agujero; la segunda, dos, y la tercera, tres.
UNO – Sí, eso ya lo vemos, Gusano, no te digo...
GUSANO – ¡Pues ya sabéis sumar!
UNO, DOS y TRES [Al unísono] – ¡Coooooómo! ¿Nos tomas el pelo?
GUSANO – En absoluto, pero no os pongáis nerviosos. Os lo demostraré de otra manera... Si la primera manzana tiene un agujero, la segunda tiene dos y la tercera tiene tres. ¿Cuántos agujeros hay en total? ¡Contad, contad!
[Los números cuchichean entre ellos y finalmente se ponen a contar].
UNO, DOS y TRES – Uno, dos, tres, cuatro, cinco y ¡seis!
GUSANO – ¿Veis, ya sabéis sumar? Al principio siempre parece muy muy complicado, pero en realidad es un juego muy pero que muy divertido.
UNO – Pues yo no me he enterado de nada, la verdad...
DOS – No te preocupes Uno, para eso están los amigos, yo te lo vuelvo a explicar... ¿Te apetece una manzana?
FIN
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-KAMII C. y col. 1981. La teoría de Piaget y la educación preescolar. Visor. Madrid.
-KAMII C. (1985). El niño Reinventa la Aritmética. Visor. Madrid.
Está perfecto, Natalia. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarQué bonitos los textos y delicados los dibujos! El teatro de sombras, precioso.
ResponderEliminarFelicidades!
Mx bs!
Sois más majas que las pesetas.
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