Four days later...
Como me siento incapaz de realizar la actividad con las pautas dadas, voy a tomarme la libertad de redactarla a mi manera. De lo contrario, o bien entregaré un texto escombro bajo seudónimo o bien una metáfora del vertido total de mi persona en los anteriores trabajos, y el archivo tan solo contendrá la palabra “gracias”. Como ejercicio de estilo no estaría mal (sería bonito, además), pero vaya, que no soy yo Queneau precisamente.
Así, en lugar de entregarme al flashback a partir de los bloques de la asignatura, lo haré desde las lecturas o las experiencias que cada uno de ellos ha tenido a bien regalarme durante estos meses. Dicen que de una boda sale otra. Ni idea, a mi alrededor no se casa nadie desde tiempos inmemoriales. Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que una lectura conduce a otra y a otra y a otra, y que la literatura te arrastra al cine, al teatro, de cañas, a relacionar y comparar las cosas más insólitas, a crear, a soñar…
BLOQUE 1
Siempre he sentido fascinación por los libros. Si echo la vista atrás y pienso en los insignificantes hitos de mi existencia, todos ellos van de la mano de un autor o una lectura concreta. A la gente le suele pasar con la música, lo tengo ya muy hablado; sin embargo, a mí me ocurre con la Literatura. Cuando X me plantó el primer beso detrás de un transformador de la luz, andaba yo leyendo El espejo en el espejo, de Michael Ende; durante el embarazo de mi hijo mayor, cayó buena parte de la obra de Bolaño (¡bárbaro Bolaño!), y así podría seguir escribiendo mis anodinas memorias un buen rato (tampoco mucho), pero no va a ser el caso, que no cunda el pánico. En definitiva, lo que pretendo decir es que la asignatura ya se me presentaba atractiva y endorfinadora sobre plano, mucho antes de cotillear los apuntes. Aunque, para ser del todo sincera, no esperaba demasiado de ella, si acaso un repaso amable por conocimientos que ya andurreban por ahí escondidos en algún lugar de la memoria y que, de vez en cuando, me hacen quedar bien en alguna conversación o juego de mesa (el quesito amarillo es mío, eso es así). Sin embargo, nada que ver con la realidad: he aprendido mucho, muchísimo; es más, me lo he pasado en grande. Sé que esta expresión es coloquial en exceso y más bien cutre, pero también sincera, muy sincera, así que ahí se queda.
Para elaborar la actividad de este bloque estuve varios días rebuscando en los cajones del recuerdo qué libros me habían marcado de pequeña, cuáles de esas primeras lecturas habían encendido la mecha que aún hoy me acompaña crepitante y animada, y algo todavía más importante, cuáles de ellos habían aguantado con dignidad el paso del tiempo. Fue así como llegué a Sendak, que soportó deferente y estoico mi torpe disección sin decir ni mu. Más majo… Esos días, en plena búsqueda, no pude evitar releer también Las brujas, de Roald Dahl, e Historias de Jorge, un libro poco conocido pero que yo no me canso de recomendar a diestro y siniestro por su frescura y sentido del humor, y descubrí en la biblioteca títulos que me fascinaron (ideales para niños despiertos y tirando a granujas): El peor niño del mundo, de Andrea Rauch, y All my friends are dead, escrito por Avery Monsen y Jory John (¡un joyón!).
BLOQUE 2
La actividad de este bloque me robó tantísimo tiempo (si sumase el número de horas empleadas me darían para haberme tejido dos jerséis sin problemas) que apenas pude echarle un ojo a dos libros: releí algunos capítulos de Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim, y me zampé El poder de los cuentos, de George Jean y la Historia portátil de la literatura, de Ana Garralón. Del primero de ellos extraje una cita de Schiller: “El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado”, porque funciona a la perfección como resumen de la esencia del discurso de Bettelheim, y el chispazo para trabajar de forma voluntaria sobre una de mis pasiones, Caperucita Roja. Al segundo de los títulos le debo agradecer haberme empujado a reflexionar sobre lo maravilloso y sobre la relevancia de las literaturas orales. El tercero os lo recomiendo si queréis hacer un tranquilo y breve viaje por la Literatura infantil. Hacia el final, tiene dos capítulos interesantísimos sobre los rompedores libros para niños de los años 60 y 70, del que he rescatado varios autores títulos que desconocía y que pescaré, si la suerte me acompaña, en Iberlibro.
La adaptación de Toda clase de pieles tuvo miga. Recuerdo que cuando Irune terminó de contarnos el cuento pensé: “qué mala leche se gasta y qué astuta”. Se trataba de un reto en toda regla, e intuyo que muy meditado por su parte. Solo le faltó soltarnos aquello de “la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar”. Pero bueno, también es cierto que podría haber sido más perversa y encargarnos una adaptación de Del enebro, de los Grimm, y ya nos habríamos tenido que defenestrar directamente…
BLOQUE 3
Para mi sorpresa, es de este bloque, que podría verse a priori como “la María” temática de la asignatura, del que más he aprendido. Desde una perspectiva puramente educativa, poco importa lo mucho que uno sepa acerca de una materia o la pasión que sienta hacia ella. Si no es capaz de trasmitir esos conocimientos y emociones de forma efectiva a sus alumnos, su labor se devalúa como un coche recién estrenado. No basta con haberse leído la biblioteca de Alejandría de la A a la Z o conocer más historias que Sherezade, hay que saber contarlas a la altura debida, mirando a los ojos, contagiando la turbación y el remolino emocional que todo relato bien narrado conlleva.
Los niños son un público bajito, pero no mentecatos. Este adjetivo quizá nos vaya más a los adultos, que nos empeñamos en no prestarles la atención adecuada y en suponer y pensar por ellos, como si fuesen seres humanos desprovistos de gusto, filias y fobias, inclinaciones o intereses. La elección de lo que les ofrecemos debe de ser meditada y, en la medida de lo posible, personalizada. Que sí, que las edades están muy bien para colocar a los pequeños en cajones que nos hagan la vida más cómoda y simplona a los grandes; que sí, que convengo en que esos percentiles literarios son de gran ayuda en momentos puntuales si queremos establecer límites a grandes rasgos, pero es que la homogeneización me pone los pelos como escarpias. A nadie se le ocurriría recomendar una novela a la vecina porque tiene la misma edad que su prima, ¿no? Pues eso, que la cuestión no es tan simplona. Si queremos ayudar a los niños a identificar y gestionar sus emociones, a desarrollar la empatía, a fomentar su creatividad y sensibilidad artística, si queremos encogerles el corazón o que se revuelquen de risa por el suelo, es absolutamente necesario que les veamos como sujetos con derecho a recibir lo mejor de nosotros, los adultos. El futuro es nuestra (en otro contexto habría soltado un taco no comestible) responsabilidad, y cualquier gesto o acción, desde animarles con una palmada en un hombro hasta contarles un cuento, tiene importancia para la construcción de un mañana más sensible y digno. Vaya, que hay que esforzarse, que los niños son sinceros por naturaleza y tangarles con historias de medio pelo envueltas en desgana me parece poco ético, nada pragmático y de un mal gusto espantoso.
BLOQUE 4 O LA EXPLOSIÓN DE JÚBILO
Llegados a este punto, se me apareció Herz Frank y me dijo: “a ver qué haces ahora, chata”, y me volví majara del todo (de serie venía ya pelín perjudicada, todo hay que decirlo…).
Me tomo la libertad de compartir con vosotros su corto Ten minutes older (1978) para que entendáis mejor la presión a la que me vi sometida con su espectral presencia. En él, este director de origen letón muestra, durante diez minutos, la cara de un niño que contempla una función de marionetas. Durante ese breve lapso de tiempo, el rostro del pequeño, que no sabe que está siendo grabado, pasa por todos los estadios emocionales que cualquier homínido de a pie pueda sentir a lo largo de su vida. Absolutamente fascinante, ya veréis.
Teniendo en mente esta película, y con la inestimable ayuda de Rodari, Ende, Dahl y Gloria Fuertes, entre otros, me puse a pensar qué podía escribir yo para recorrer, en tres piezas, todas las emociones al más puro estilo niño de Herz Frank. La idea me parecía muy original, y todo un desafío, pero ahí se quedó, plantada en el altar, porque, de forma natural, todo lo que pensaba o esbozaba tendía a la sonrisa, a la comedia blanca, así que no luché contra mi festivo estado de ánimo y me dejé llevar por el buen rollo que me generaba esta actividad.
El resultado: pues que me vine tan arriba que me creí Lotte Reiniger y me monté hasta un teatrillo de sombras que nadie había tenido a bien pedirme. Menos mal que no hay mal que por bien no venga y en casa hemos dado buena cuenta de las posibilidades creativas y artísticas de los personajes de la obra en cuestión. ¡Un cerapio me pongo en comprensión lectora! Porque mira que las instrucciones estaban claritas: tienes que hacer un libro, LI-BRO.
En fin, no sé si alguna vez seré maestra (con pena me inclino a pensar que no), porque si me matriculé en esta carrera fue más bien por amor al arte, lo que sí tengo claro es que este bloque de la asignatura ha creado un pequeño monstruo y que mis hijos se van a hartar de leer bayetas.
BLOQUE V
Si de algo me ha servido el acercamiento a las diferentes estrategias existentes para fomentar y animar los hábitos lectores de los niños, es para reafirmarme en la idea de que el amor por la lectura no nace en el momento en el que cedes con ternura tu regazo a un/a pequeño/a y le cuentas este o aquel cuento, estableciendo ese triángulo mágico adulto-libro-niño, sino mucho muchísimo antes, porque el amor por libros es primeramente un amor por la palabra. Si queremos fomentar que los niños lean, hablémosles siempre, narrémosles el mundo incluso antes de que puedan verlo, tocarlo o vivirlo. Estoy convencida de que las historias penetran en el líquido amniótico y lo tornan hipnótico, porque el poder de la palabra es tan desmesurado que no sabe de fronteras, ya sean estas físicas o incluso idiomáticas. Recuerdo hace años quedarme sentada como una tonta en un banco del Retiro escuchando a un abuelo contarles a sus nietos un cuento en ruso (o similar). Ni que decir tiene que no me enteré absolutamente de nada (porque yo de rusa solo tengo la ensaladilla), pero no era lo que narraba lo que me mantenía pegada al asiento, sino cómo lo hacía. En definitiva, la PALABRA.
En mi colegio, los libros estaban encerrados, pobrecillos, en vitrinas de cristal a las que no había que acercarse demasiado para no dejar la huella dactilar de recuerdo. Menudas eran las monjas cuando les daba el momento CSI. Además, la biblioteca se encontraba siempre cerrada bajo llave. Una sala tan enorme como inútil… Bueno, no del todo, que el reconocimiento médico nos lo hacían allí. Y yo me preguntaba ya entonces, ¿qué función tiene un libro si nadie lo lee? ¿A qué viene tanto misterio? ¿Esconderán algo ahí dentro? Como poco, un cadáver. Quiźa fue también todo ese secretismo el que me animó a seguir devorando libros, quién sabe… Oye, que lo mismo tendríamos que haberle echado el candado a nuestra biblioteca de aula...
CONCLUSIÓN
Gracias, Irune, por la cercanía, por enseñarme con tu dedicación y disponibilidad en qué consiste ser una buena maestra y por saberte mi nombre.
Imposible aumentar el cuerpo de la letra para no dejarse la córnea al leer la entrada, e imposible también colocar las imágenes en su sitio (el Sr. Blogger ha decidido ponerlas donde le ha venido en gana). La tecnología está muy bien, pero donde esté una libreta y un boli...
ResponderEliminar:D jajaja
ResponderEliminarPerfecto.