lunes, 28 de marzo de 2016

Fire Walk with Me (Actividad voluntaria)


    Hace ya algunos años, mejor no pensar cuántos, un capítulo de Doctor en Alaska me convirtió de la noche a la mañana en coleccionista de Caperucitas. Me di un buen golpe al caer del guindo, no lo voy a negar, pero me vino bien el leñazo, porque, gracias él, nunca jamás volví a leer los cuentos clásicos sin mis gafas de bucear. A continuación, podéis deleitaros, si tenéis curiosidad, con el encuentro entre Maggie O'Connell y el lobo. Además de que el fragmento es un auténtico joyón (como toda la serie, por otra parte), puede servirnos igualmente de resumen audiovisual de las teorías de Bruno Bettelheim acerca de la nietísima de los cuentos de hadas. 



    Pero no fue esta que os cuento del submarinismo la única secuela del accidente. Desde aquel momento, empecé a ver caperuzas rojas por todas partes. ¡Hasta la mismísima Laura Palmer llevaba una! Era fascinante comprobar cómo el personaje que había pasado sin pena ni gloria por mis primeras lecturas se colaba ahora en muchas de las novelas que leía, en algunas de las películas o series que veía, en cómics, en exposiciones, etc. Delirante...

   ¿Qué podría implicar tanto homenaje –ya fuese deliberado o inconsciente–? ¿Por qué una niña/joven con una cesta era capaz de atraer el interés de un público tan variopinto? ¿Cómo era posible que viajase  en el tiempo sin envejecer lo más mínimo –es necesario recordar que ya se paseaba alegremente por este planeta de locos mucho antes de que Perrault la atrapase valiéndose de su pluma–? Pues la respuesta a todas estas preguntas me parece hoy bastante sencilla, pero no por ello menos fascinante: el personaje de Caperucita tiene más volumen, anzuelos y trastienda de lo que a priori podría parecer. Se trata de un estupendo y mundanal cóctel "shaken, not stirred", que diría Bond, de inocencia y sexualidad incipiente. Y algo todavía más importante: representa a la perfección esa duda tan humana que de vez en cuando nos mece a todos entre el deber y el placer. Porque supongo que, el que más y el que menos, se ha salido alguna vez del camino para coger flores o lo que se tercie.

    Seguiría horas y horas profundizando en la psicología del personaje y demás "sesudeces" de comedora de libros con gafas, pero voy a ver si me centro un poco y os hablo de lo que realmente me ha movido a abrir esta entrada. Está claro que a mí el lobo no me pillaría pegando saltitos cerca del sendero, sino andando por las ramas.

    En fin, al grano. Como soy una Rob Gordon de la vida y no puedo evitar hacer un top 5 de todo lo que pillo, me he propuesto seleccionar las cinco versiones del clásico que, por uno u otro motivo (los iremos viendo), me resultan más interesantes u originales para acercar este archiconocido cuento a niños de infantil con edades comprendidas entre los 5 y 6 años. 

   Me he tomado la molestia de venirme al bosque para tomar las fotografías y redactar esta entrada, así que, si la dejo a medias, quizá no sea culpa mía, sino del lobo...   


Título: Caperucita Roja
Editorial: Kókinos
Texto: hermanos Grimm 
Ilustraciones: Kvéta Pacovska




No os contaré la vida y milagros de la Pacovska porque para eso están ya la Wikipedia y sus secuaces. Sin embargo, sí me detendré someramente a describir el vigor y la energía de sus ilustraciones, capaces de zamparse de un solo bocado, como si del lobo se tratase, a los mismísimos Grimm. Estamos ante una versión nada convencional del cuento de Caperucita que estoy segura de que los niños, siempre mucho más abiertos, receptivos y vanguardistas que los adultos, sabrán apreciar y disfrutar de lo lindo. Tanto los trazos como el colorido de esta Caperucita son tan potentes, tan dinámicos, que por momentos el texto se difumina y se convierte en una mácula borrosa a la que uno solo atiende con el rabillo del ojo. Arte para niños, vaya.  

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Título: La noche de la visita
Editorial: A buen paso
Texto e ilustraciones: Benoît Jacques

    

Versión absolutamente contraindicada para caras de acelga y demás fauna que puebla las esquinas tristes del cosmos. Quien abra las páginas de este libro debe estar preparado para la que se le viene encima: un torrente de rimas majaretas y de equívocos desternillantes. Eso sí, que nadie espere encontrar a Caperucita por ningún lado, que la niña sigue en el bosque dale que te pego con las flores mientras se desarrolla la historia.
En las negras ilustraciones de este remake atípico del clásico (aclaro que está todo oscuro porque es de noche, como reza en el título –nota para los despistados o los miopes–), tan solo se dejan ver la abuelita, más teniente alcalde que Goya, y el desquiciado lobo.
¿No os pica el gusanillo? Pues hale, a buscarlo en la biblioteca o a comprarlo en una librería de barrio, que los de Amazon no están dados de alta en autónomos ni tienen una hipoteca que pagarle al banco.    

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Título: Lo que no vio Caperucita Roja
Editorial: Edelvives
Texto e ilustraciones: Mar Ferrero 

 
Iba a ponerme muy propia y a abrir la reseña sacando a colación a Leibniz, Nietzche y Ortega, pero los jueves ando ya en modo fin de semana, así que me voy a dejar el perspectivismo para septiembre y os hablaré de este libro a la pata la llana (cómo me gusta colocar esta expresión cada vez que se me presenta la coyuntura, de verdad de la buena).
En fin, ¿nunca os habéis preguntado al leer un cuento qué sería de la historia si en lugar de un narrador que vete tú a saber de dónde ha salido y qué intenciones lleva la contase cualquiera de los protagonistas? ¿No? Pues vaya tela, me fastidiáis el siguiente párrafo... ¿Sí? ¿Alguien al fondo dice que sí? ¡Pues adjudicada, ya tienes versión de Caperucita a tu imagen y semejanza!
Lo que nos propone Mar Segarra es un paseo por los zapatos de los distintos personajes del cuento, y ya de paso, como el que no quiere la cosa, nos regala una estupenda lección vital: la lucha entre Prejuicio y Empatía debería ganarla siempre la segunda, que además es mucho más mona, dicho sea de paso.    

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Título: Una Caperucita Roja

Editorial: Océano Travesía
Texto e ilustraciones: Marjolaine Leray


 

¡Atención, spoiler!: el lobo muere envenenado. Bueno, una vez dicho esto, ya me quedo más tranquila. No vaya a ser que se encuentre en la sala algún plasta edulcorado de esos que de tanto darle a sus hijos píldoras empapuzadas en azúcar los ha convertido en diabéticos mentales. Criaturitas... 
Caperucita es una niña, sí; va de rojo, sí; pasea sola por ahí, sí. Hasta aquí todo como siempre. Pero, ¿y si os dijera que es más lista que el hambre y que pone al lobo en su sitio al más puro estilo Ellen Page en Hard Candy (otra caperuza en el cine)?
Niños del mundo, no tengáis miedo de los lobos que os acechan, que son muchos y no siempre peludos, porque tenéis la mejor de las armas para defenderos: el ingenio. Me apetecía ponerme un poco en plan Perrault, mil perdones. 

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Título: El gato, el perro, Caperucita Roja, los huevos explosivos, el lobo y el armario de la abuelita
Editorial: Bruño
Texto e ilustraciones: Diane y Christian Fox



  
Con este título me están entrando ganas de no añadir nada más (siendo honesta también tengo hambre, que son las dos de la tarde), pero voy a hacer de tripas corazón (será por el hambre también) y terminaré lo que he empezado, que para eso me he metido yo en este 'fregao' de forma voluntaria.
El argumento es sencillo: un gato le cuenta a un perro el cuento de Caperucita y, con más razón que un santo, el perro no entiende absolutamente nada y se dedica a interrumpir el relato cada dos por tres con las preguntas más pertinentes a la par que surrealistas que os podáis imaginar. Conclusión pedestre: el desmadre padre.


Y ahora sí que sí, voy a ver si encuentro una tasca en este bosque, que me rugen de gusa las entrañas. ¡Mira, qué suerte! Por ahí se acerca un tipo muy peludo, voy a preguntar...  













 

3 comentarios:

  1. Natalia!! Como siempre, fantástica...y además me acabas de dar una super idea para la tercera actividad...
    Muchas gracias y no pares!!
    maribel

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  2. ¡Pues luego me cuentas en clase! Qué curiosidad...

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  3. Super interesante, Natalia, te anoto esta actividad.

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